miércoles, 16 de febrero de 2011

Las masas impulsan la revolución en el mundo árabe. Declaración de la Corriente Marxista Revolucionaria

ESCRITO POR: CMR

¡Abajo las dictaduras proimperialistas!

¡Por una Federación Socialista Árabe!

  1. La Corriente Marxista Revolucionaria (Internacional) y El Sindicato de Estudiantes del Estado español saludamos con entusiasmo a las masas revolucionarias de Túnez, Egipto y del resto del mundo árabe. Su determinación, su heroica resistencia frente a la represión, su enorme fuerza colectiva, son un ejemplo para millones de trabajadores y jóvenes en todo el mundo, que entienden que su combate forma parte de lucha internacional que entabla la clase obrera contra la opresión capitalista e imperialista y contra un sistema que en su agonía amenaza acabar con los elementos de civilización que hemos conquistado con la movilización.
  2. Los extraordinarios acontecimientos que se están sucediendo a ritmo vertiginoso en los países árabes son un hito histórico. Estamos asistiendo a un proceso revolucionario clásico en toda la región, proceso que se inició en Túnez con el levantamiento contra la dictadura de Ben Alí, que continúa en este país contra un Gobierno que pretende reformar desde arriba el régimen para que nada cambie, que se traslada a Egipto, donde las masas han herido de muerte a la dictadura de Hosni Mubarak, y que tiene poderosas influencias en todos los países árabes y en todo el mundo.

Un punto de inflexión en la historia mundial

  1. Un proceso revolucionario no es un acto aislado, una insurrección, sino un periodo en el que las bases del sistema se tambalean por la irrupción violenta de las masas. La energía subterránea, reprimida durante años y décadas en el interior de los oprimidos, brota con fuerza. Con un poderoso ímpetu incluso los sectores más desorganizados, más despolitizados, sometidos a la brutalidad capitalista, irrumpen en la escena histórica. Una vez que lo hacen, no la abandonarán fácilmente; sus reivindicaciones más sentidas (imposibles de satisfacer bajo el capitalismo), y la experiencia práctica del enorme poder de las masas, les empujan a no volver a la situación anterior. Los pueblos árabes, y en su interior la clase obrera, que actúa de motor principal, están despertando y, por muchas maniobras que el imperialismo realice, no conseguirá dorminarlos de nuevo.
  2. Esta revolución es un punto de inflexión en la historia moderna del pueblo árabe. Por primera vez los trabajadores, jóvenes y campesinos han sido protagonistas, de principio a fin, de la lucha, de la caída de la tiranía tunecina y de la posibilidad de poner punto y final a la odiada dictadura de Mubarak. Esta vez no han apoyado a ninguna figura que tomara medidas progresistas, ni ningún golpe de Estado para acabar con una monarquía corrupta (como el que protagonizó Naser en Egipto en 1952). Esta vez están viviendo, sin interferencias, la extraordinaria experiencia del gran poder de las masas cuando actúan colectivamente. Este rasgo predetermina la existencia de un proceso alargado en el tiempo, en vez de un acontecimiento puntual.
  3. Otro aspecto histórico de la situación actual es la rápida extensión revolucionaria. Millones de árabes recuperan la confianza en la lucha, a pesar de brutales represiones y de las maniobras de la oposición domesticada y de la reacción integrista. Cómo se exprese este proceso en cada país, y con qué rapidez, depende de múltiples factores; sin embargo el proceso es general y ningún régimen árabe puede escapar a la situación de inestabilidad. Especial importancia tiene lo que pueda pasar en los dos países clave del Magreb: Argelia y Marruecos. En Argelia ha habido importantes manifestaciones a principios de enero (la represión provocó cinco muertos), y rebelión juvenil, y están convocadas para febrero lo que todo indica que serán grandes movilizaciones. En el caso marroquí, 12.000 personas se han adherido a una convocatoria hecha en Facebook, para el día 20 de febrero, por Oussama el Khlifi, un parado de 23 años, exigiendo la amnistía de los presos políticos, acabar con la corrupción, y la derogación de los poderes absolutistas de Mohamed V.
  4. La rápida extensión de la revolución, la enorme capacidad de lucha, ha sido en gran parte producto de la participación masiva de sectores habitualmente poco organizados. Jóvenes en paro, trabajadores de sectores periféricos, campesinos arruinados… Sin embargo, el papel de la clase obrera ha sido, y especialmente es, clave. Sus tradiciones organizativas, su homogeneidad, su autodisciplina colectiva, su conciencia más clara de los objetivos, y su experiencia de lucha, han determinado que fuera y sea el motor de la revolución. A diferencia de otros sectores, los trabajadores, por sus condiciones de trabajo, tienen más facilidad, no sólo para organizar la lucha, sino también para llegar a conclusiones socialistas y a poner en práctica un poder alternativo al capital: el poder obrero.
  5. La determinación de los más oprimidos, y la fuerza de la clase obrera, está arrastrando consigo a la gran mayoría de capas medias. Se trata de sectores más inestables, que en el pasado han sido base social de estos regímenes, pero que han sufrido un proceso de empobrecimiento en beneficio de las camarillas gobernantes y de las multinacionales. El desmantelamiento, a lo largo de treinta años, de los antaño poderosos sectores públicos en algunos de estos países (especialmente Argelia, Túnez, Egipto) y, en general, la opresión imperialista que ha extraído recursos a bajo precio, privatizado, y utilizado en su beneficio a las diferentes camarillas de poder, ha tenido un efecto drástico en la eliminación de las bases sociales de esos regímenes y, en el último periodo, en el auge de la lucha obrera, estudiantil y de sectores de las capas medias. Ejemplos abundantes de la adhesión de éstos sectores a la revolución los hemos visto tanto en Túnez (donde los abogados y jueces, con sus togas, encabezaban manifestaciones para intentar evitar la intervención policial), como en Egipto (miles de jueces ingresaron de forma organizada en la plaza Tahrir de El Cairo para apoyar el movimiento).

La crisis del capitalismo, detonante de la revolución

  1. La correlación de fuerzas es tan favorable que la revolución ha tenido un impacto incluso en el aparato del Estado. Las movilizaciones organizadas por la policía tunecina, inmediatamente después de la caída de Ben Alí, son significativas; los manifestantes reclamaban la creación de un sindicato policial, mejoras laborales y, especialmente, la depuración de sus mandos, responsables de la criminal represión que se ha llevado por delante, según algunas fuentes, a ciento cincuenta personas. Estos policías gritaban ‘No queremos ser represores de nuestro pueblo’, y se sumaron a las manifestaciones diarias contra el Gobierno ‘de unidad nacional’ que sustituyó a Ben Alí. Las escenas de confraternización con los soldados y suboficiales con las masas en la calle, tanto en Túnez como en Egipto, son la mejor prueba del impacto tremendo de la revolución.
  2. Esta revolución no se puede entender fuera del contexto internacional. Su razón de fondo es la crisis orgánica del capitalismo. El anterior boom económico mundial no benefició a las masas árabes, al contrario. El alto precio del petróleo y el gas natural, productos claves de muchos de estos países, sólo lucró a las camarillas dirigentes y a las multinacionales petroleras y gasísticas, mientras la población sufría el mismo proceso de privatizaciones y saqueo que el resto de países explotados por el imperialismo. El colapso de la URSS y la degeneración del sector de la burguesía, la intelectualidad pequeñoburguesa, y la burocracia, que se consideraban a sí mismos el ala nacionalista y progresista de la sociedad, y que políticamente se expresaron en el baasismo y en el naserismo, dejó huérfanas a las masas en los años 90, abonando el terreno para la penetración del integrismo, especialmente entre el campesinado y capas medias urbanas. En ese periodo, las cúpulas de la mayoría de los partidos comunistas oficiales del mundo árabe, estalinistas, culminaron su proceso de degeneración, renegando en muchos casos del marxismo, y participando en las instituciones corruptas de los regímenes proimperialistas.
  3. La crisis económica actual ha empeorado la situación de las masas. El símbolo de la lucha, en sus primeros embates, fueron los manifestantes empuñando barras de pan, y es que la lucha contra el aumento abusivo, especialmente desde 2008, de los precios de los productos básicos, fue uno de los detonantes de la revolución, de igual forma que lo fue de las llamadas revueltas del pan que se extendieron por todo el Magreb en los 80. En gran parte, ese aumento de los precios es debido a la intensa especulación mundial en el mercado de la alimentación, mercado que es uno de los principales refugios de los especuladores que huyen del pinchazo de la burbuja inmobiliaria.
  4. Este contexto de crisis estructural del capitalismo condiciona, no sólo el origen de la revolución, sino también en qué dirección se encamina y qué tareas tiene por delante. La consecución de plenos derechos democráticos, y de conquistas sociales, al menos de forma permanente, está descartada dentro de este sistema. El imperialismo no se puede permitir relajar el brazo de hierro con el que ahoga a los trabajadores y otros sectores, en época de crisis. Ni siquiera puede permitir las conquistas sociales arrancadas por la clase obrera, en los países más desarrollados; incluso en Europa o Estados Unidos los derechos democráticos están en regresión.
  5. La revolución abierta no es más que parte (pero una parte muy importante) del proceso de lucha de clases que se está dando a escala mundial, y que adquiere diferentes expresiones y ritmos (proceso prolongado de revolución en América Latina, auge de la lucha de masas y explosiones sociales en Europa, etc.). En última instancia, se trata de un hondo conflicto por quién determinará el futuro: si la burguesía, que se aferra al poder arrastrando a la humanidad hacia el abismo, o la clase obrera, que es mayoritaria en el mundo y que tiene la fuerza potencial para acabar con el capitalismo y dirigir una nueva sociedad, la sociedad socialista.

Correlación de fuerzas favorable a la revolución

  1. El imperialismo ha sido cogido de sorpresa por la revolución. No habían previsto una insurrección de esta naturaleza. En plena batalla por la imposición de medidas antiobreras en cada país (que provocan una fuerte resistencia), y por la lucha por la hegemonía en el mercado mundial, cada burguesía imperialista se encuentra con dificultades crecientes por mantener su dominio de la misma forma que antes. A las fracasadas ocupaciones de Irak y Afganistán, al proceso revolucionario en América Latina, y a las guerras comerciales abiertas entre Estados Unidos, China, Alemania, etc., se suma ahora una extrema dificultad en mantener la opresión imperialista en los países árabes. Ésta va a chocar, choca ya, con la determinación de los oprimidos que están empezando a ser conscientes de su fuerza.
  2. La correlación de fuerzas desfavorable para el imperialismo le está obligando a un súbito cambio de estrategia. El abanderado es Estados Unidos. Hillary Clinton, secretaria de Estado, avisa a sus compañeros de clase de la tormenta perfecta que se está gestando en el mundo árabe, y de que el status quo es insostenible. También ha advertido a los regímenes proimperialistas: si no cambian chocarán aún más profundamente con las masas. No cabe decir que el cambio que estimula Estados Unidos no tiene nada que ver con la resolución de los problemas sociales, ni siquiera con la implantación de democracias burguesas formales. Se trata de garantizar su dominio (y el de las camarillas cómplices) sobre estos países, a través de nuevas formas, formas más sutiles. Es decir, de implicar a la oposición organizada en las instituciones, de hacer cambios cosméticos, de desprenderse de los elementos más putrefactos y odiados que tan buenos servicios han rendido hasta ahora.

Sin embargo, esta estrategia también tiene muchos interrogantes. Si estas reformas se producen al calor de la movilización masiva, la estimularán más. Tanto si son valoradas como insuficientes, como si son vistas como pequeños pasos adelante, la conclusión del movimiento será clara: tenemos fuerza, el enemigo es débil, por lo tanto hay que redoblar la lucha. Por otra parte, la mayoría de partidos de oposición no tiene autoridad suficiente entre las masas como para actuar de freno de ellas. Reformas como las que pretenden los imperialistas sólo podrán tener efecto si el movimiento se frustra por causas internas al propio movimiento, en definitiva por la falta de un programa y de una organización consecuentemente revolucionarias, que sepa enfrentar cada una de las tareas que la situación plantea.

  1. Con este cambio de estrategia el imperialismo también pretende hacer olvidar su papel decisivo en el mantenimiento de estos regímenes odiados. Es curioso que todas esas preocupaciones seudodemocráticas hayan surgido cuando un dictador ha caído, otro está a punto, y los demás temen con razón por su futuro. Lo que realmente pretenden es evitar por todos los medios la revolución o, mejor dicho, que triunfe. En la misma reunión en que Clinton pronunció su advertencia (la Conferencia de Seguridad de Munich del 4 de febrero), la canciller alemana Angela Merkel fue clara: “Unas elecciones precipitadas al inicio del proceso de democratización [en Egipto] probablemente sea el enfoque equivocado”, porque no daría tiempo a “los partidos y las instituciones” a organizarse, ya que la marcha forzada de Mubarak podría ocasionar un vacío de poder peligroso (DiarioEl País, 5-II-11). El mismo periódico señala en su edición del día anterior: “los círculos de poder más próximos a Mubarak temen que la dimisión del presidente no sea suficiente para calmar a la exacerbada oposición”, y lo explica mejor Leslie H. Gelb, político del régimen: “Lo que le preocupa a Mubarak es que, si acepta, haya más peticiones (…). Visto que no está negociando con una entidad legal, sino con las masas, ¿cómo sabe que no le van a exigir algo más mañana?”. El primer ministro británico, David Cameron, según la misma fuente, consideró “que la transición tiene que ser rápida, y que toda demora amenaza con convertir la situación en más inestable y potencialmente más problemática para Occidente”. En definitiva, con más o menos concesiones (incluyendo la cabeza de Mubarak), con ritmos más pausados o más lentos, el imperialismo apuesta por retomar el sistema de dominación sobre nuevas bases. En todas sus hipótesis se cuela la variable de las masas, que más que nunca escapa a su control.
  2. Esta nueva estrategia no significa que, en un determinado momento, se pueda descartar en absoluto la represión masiva del movimiento, incluso a través de la intervención militar directa (Estados Unidos tiene planes de ocupar el canal de Suez antes de perder su control), especialmente si se llegan a tocar las bases mismas de la explotación capitalista (por ejemplo, la nacionalización de las propiedades imperialistas). No existen aquí cuestiones de principio, sino intereses concretos de clase. Incluso si la revolución no llega tan lejos, inevitablemente, el imperialismo y las burguesías de estos países intentarán tomar el control completo de la sociedad, para lo cual necesitarán machacar a las masas con un baño de sangre. Continuar la revolución hasta el final, basándose en la fuerza colectiva, es la mejor forma de evitar o derrotar cualquier intento de represión masiva.

Maniobras imperialistas

  1. Cualquier posibilidad de regímenes democráticos burgueses estables está absolutamente descartado. El tímido reconocimiento oficial de ciertos derechos (derechos que de hecho están siendo aplicados por el movimiento sin pedir permiso a nadie), y de ciertas mejoras sociales, sólo son concesiones temporales, una demostración de la correlación de fuerzas, pero no puede durar. Si la situación se decanta a favor de la revolución, será ésta quien garantice plenos derechos democráticos y sociales. Por el contrario, si la revolución se debilita, el imperialismo se impondrá con todas sus consecuencias dramáticas para las masas. Mientras tanto, veremos todo tipo de equilibrios inestables entre las dos clases fundamentales de la sociedad: burguesía y proletariado.
  2. Denunciamos ante las masas revolucionarias el papel de los diferentes políticos burgueses y pequeñoburgueses, que intentan aplicar esta táctica imperialista, desvirtuando y usurpando la revolución. Precisamente porque la clase obrera, el campesinado y otros sectores oprimidos no pararán su lucha hasta conseguir una mejora fundamental en su nivel de vida, es por lo que la burguesía y los imperialistas no pueden permitir, salvo coyunturalmente, el ejercicio real de los derechos democráticos. Saben muy bien que los oprimidos ejercerán esos derechos para organizarse mejor, y para luchar por sus objetivos sociales, que no pueden tener satisfacción bajo el capitalismo. Saben muy bien, por tanto, que los cimientos de su sistema podrían derrumbarse si el movimiento, que se siente fuerte, utiliza esas conquistas democráticas para tomar el poder real.
  3. En el caso de Túnez, la revolución se encuentra en una segunda fase a partir de la huida de Ben Alí. Una de las peculiaridades del proceso aquí es la participación en la insurrección de las bases de la UGTT (Unión General Tunecina de Trabajadores). La Unión, de hondas tradiciones históricas, mantuvo una posición contradictoria ante el régimen, de colaboración en su cúpula, y de oposición en muchos de sus sindicatos locales y sectoriales. Ante la falta de un partido obrero de oposición real con presencia entre las masas, el sindicato ha sido el referente de la insurrección. En algunos sitios ha espoleado el movimiento, en otros se ha adherido a él renqueando.
  4. Del 14 de enero, día de la huida de Ben Alí, al 17 de enero, día en que se formó el Gobierno actual, transcurrieron unas jornadas clave. En esos días las masas tenían el poder real, y la posibilidad de formalizarlo con un Gobierno revolucionario, pero no tenían ninguna organización, al menos de importancia, que les hiciera conscientes de esta posibilidad. Desde antes de que huyera Ben Alí, su camarilla, la cúpula del Ejército, y el imperialismo, maniobraron para arrebatar su victoria al movimiento. Mohamed Ghanuchi, primer ministro del dictador, se hizo cargo del poder formal, alegando la incapacidad ‘temporal’ de Ben Alí para gobernar. Esto no era en absoluto suficiente para parar la revolución, por eso el propio régimen en retirada impuso a Fouad Mebazaa (hasta entonces presidente del Parlamento) como presidente interino, prometió amnistía y elecciones inmediatas, y llamó a la formación de un ‘Gobierno de unidad nacional’ con miembros de RCD (Agrupación Constitucional Democrática, el partido de la dictadura), de la oposición legal (sin autoridad ante el movimiento) y, especialmente, de la UGTT. La idea de la ‘unidad nacional’ es una gran trampa, ¿qué unidad nacional puede haber entre los que se han lucrado con la dictadura y los que han sido oprimidos por los primeros?, ¿entre los que quieren ahogar la revolución —aunque ahora digan que están a favor— y los que no tienen nada que perder, salvo sus cadenas?
  5. Con esta maniobra el capital nacional e internacional quería retomar el control de la situación, calmar a las masas, que volvieran a casa los manifestantes que permanecían enfrente del Ministerio del Interior. Pero no fue así. La presión popular obligó a los recién nombrados ministros de la UGTT a dimitir, a salir del Parlamento y otros órganos y a no reconocer ninguna de las instituciones de la dictadura (es decir, de las instituciones burguesas). La revolución no aceptó un Gobierno con participación de miembros de RCD, y se mantuvo firme exigiendo su expulsión del Gobierno, la disolución del partido y la confiscación de sus bienes. Los manifestantes, intentaron tomar la sede de RCD. Durante días la reacción no pudo controlar la situación; se sucedieron las marchas a la sede de la UGTT para presionar. Si en ese momento el sindicato hubiera creado un órgano de gobierno revolucionario provisional, encargado de extender los comités que se estaban organizando, con el fin de preparar una alternativa de Estado al Estado burgués, una Asamblea Revolucionaria de Comités, con delegados elegidos directamente por la población y revocables, habría tenido un impacto tremendo. Finalmente, la cúpula de la UGTT, después de una reñida discusión, decidió apoyar la última propuesta de Gobierno presentada, que implica la salida de los miembros de RCD manteniendo en su puesto a Mohamed Ghanuchi. Su argumento fue ‘preservar la estabilidad’. Eso sí, no se atrevió a aceptar su participación en el Gobierno.
  6. El movimiento en Túnez necesita de experiencias como éstas para entender las tareas del momento. La revolución no ha terminado, las masas desconfían intuitivamente de este Gobierno, y no van a esperar para intentar solucionar sus problemas más inmediatos. Mientras los ministros corren a presentarse en el Foro de Davos y calmar al capital internacional, las masas intentan completar la revolución. En poblaciones de algunas regiones, como Susa o Siliana, las autoridades del régimen huyeron y la población movilizada les ha sustituido con comités revolucionarios. En El Kef, el intento de asalto, por parte de las masas, a una comisaría, el 6 de febrero, exigiendo la dimisión de los responsables policiales, ha tenido el resultado de cuatro muertos.
  7. A las reivindicaciones democráticas y sociales (depuración profunda de la policía y el aparato del Estado; derecho de manifestación, huelga, organización; disolución de RCD; expropiación de sus bienes y los de toda la camarilla de Ben Alí; enjuiciamiento de todos los responsables de la dictadura; renacionalización de todas las empresas privatizadas y de las concesiones al imperialismo; aumento general de salarios y tope para los precios de los productos básicos; reforma agraria, etc.) hay que añadir la consigna de la huelga general indefinida para derribar al Gobierno y la de creación y extensión de comités revolucionarios en cada barrio, empresa, Universidad, coordinándolos a nivel local y nacional. Para esta tarea es imprescindible un trabajo sistemático, tanto directamente en el movimiento, como dentro de la UGTT, apoyándose en los sectores combativos para presionar y en determinado momento sustituir a los elementos burocráticos.
  8. Egipto es el país clave en el mundo árabe, tanto por su población de 80 millones como por su peso económico, cultural e histórico. El martes 25 de enero comenzaron las manifestaciones, y, desde el viernes 28 hasta el viernes 4 de febrero, millones de personas se han hecho con el control de las calles, no sólo en El Cairo, sino también en Alejandría, Suez y las principales ciudades. El referente del movimiento es la ocupada plaza Tahrir, donde existe un nivel de organización impresionante, con controles para evitar el paso de provocadores, puntos sanitarios, provisión de suministros, recogida de basura, actividades lúdicas y culturales, etc. La determinación de las masas ha podido superar los diferentes obstáculos con los que se han encontrado: la feroz represión policial (se habla de cientos de muertos), la presencia intimidante del Ejército desde el domingo 30, la maniobra de presentar a policías sin uniforme, mercenarios y fascistas como ‘manifestantes pro Mubarak’ y de enfrentarlos, armados y muy bien organizados, a los revolucionarios de la plaza Tahrir, para desalojarla o al menos dar la impresión de caos. Tras este grave ataque, que provocó varios muertos el lunes 31, pero que no consiguió el desalojo de la plaza ante el arrojo de su defensa, la siguiente convocatoria, el viernes 4, no sólo no fue menor, sino que ha sido la más masiva hasta la fecha.
  9. Existe una coyuntura extremadamente inestable que se puede romper por cualquier lado. A pesar de la tremenda fuerza del movimiento, Mubarak no ha caído. El equilibrio está en el punto de ruptura, una situación así no se puede mantener por más tiempo. Mubarak no puede gobernar, con millones de personas paralizando la producción y retándole en las calles. No puede reafirmar su autoridad cuando dos semanas de toque de queda han sido desobedecidos sistemáticamente por la población. Pero las masivas manifestaciones, sin más, no siempre son suficientes para echar a un dictador (y, de hecho, normalmente no lo son).

Todo apunta a que intentarán llegar a un acuerdo temporal con la oposición, bendecido por el imperialismo e incluso el propio Mubarak. Como hemos dicho, los imperialistas quieren apartarle del poder, pero pretenden presentarlo como parte de un acuerdo y no como consecuencia directa de la acción de masas. Controlar desde arriba los sucesivos pasos hacia un régimen similar con formas más sutiles, que el movimiento no sea consciente de su fuerza, y retomar el control de la situación. ¡También la clase dominante saca sus conclusiones de Túnez!

Dicho esto, existe una feroz resistencia de una parte del aparato estatal a perder poder, que incluye el intento de utilizar el Ejército para un baño de sangre que dé una lección a la revolución. Si el régimen no mide bien provocaciones e intenta forzar el desalojo violento de la plaza Tahrir, o impulsar la represión a una escala superior movilizando el ejército, podrían estimular la respuesta de las masas, y la división de las tropas. En cualquier caso, las últimas maniobras de Mubarak aferrándose al poder, sólo alimentan la furia de la población y la entrada de nuevos sectores a la lucha. La desesperación de Israel y de Arabia Saudí para mantener al viejo dictador, y evitar la extensión de la revolución a toda la zona, se puede convertir en la chispa que incendie con más intensidad la llama de la rebelión. Eso lo saben los imperialistas estadounidenses y de ahí su búsqueda incesante de una salida que pueda evitar una profundización de la insurrección. La perspectiva de la caída de Mubarak no disminuye con sus maniobras de última hora, en todo caso, esta resistencia sólo acrecentará la firme voluntad entre las masas de continuar la lucha.

  1. Tanto en Túnez como en Egipto, las maniobras para descarrilar la revolución tienen aliados. Por un lado, se trata de los opositores legales al régimen, alternativas burguesas que Estados Unidos mima desde hace tiempo. Es el caso de Mohamed el Baradei, que intenta presentarse como líder de la revolución. Por otro, organizaciones integristas como En Nahda en Túnez o los Hermanos Musulmanes en Egipto. Estas organizaciones tienen un programa tan reaccionario en lo económico (defienden el capitalismo) como en lo social, y no han participado prácticamente en las luchas de masas contra el régimen, haciendo un papel de contención. A pesar de toda la demagogia del imperialismo sobre los fundamentalistas, con la pretensión de arrojar arena a los ojos de los trabajadores occidentales vinculando la revolución con la reacción integrista, las grandes potencias occidentales estarían dispuestos a llegar a acuerdos con ellos para descarrilar la revolución. Por último, el programa estalinista defendido por la mayoría de los Partidos Comunistas del mundo árabe, basado en las dos etapas, primero un desarrollo prolongado de un capitalismo nacional que llevaría, supuestamente, a la realización de las tareas democrático-burguesas dejando para un tiempo indefinido la lucha por el socialismo, y su política de colaboración de clases buscando alianzas con un supuesto sector nacionalista, progresista, antiimperialista, dentro de las diferentes burguesías nacionales, o del aparato del Estado o del Ejército, les ha llevado a una crisis profunda y a su descrédito ante amplios sectores de las masas.
  2. Desgraciadamente para sus planes, ninguna de estas organizaciones tienen autoridad ante la gran mayoría de los participantes en la lucha, y especialmente no la tienen entre la clase obrera y entre los sectores más oprimidos que han despertado. No han estimulado la movilización, no la han orientado, ni siquiera se han desmarcado del régimen hasta el momento mismo en que estaba ya en la picota. Esto significa que tendrán enormes problemas para hacer tragar a las masas acuerdos o Gobiernos de ‘unidad nacional’. En el caso de Egipto, el primer intento serio de descarrilar la movilización fue la formación de un ‘consejo de sabios’, que llamó a ‘considerar’ la negociación directa con Mubarak o su vicepresidente, Omar Suleimán, idea rechazada por los manifestantes, que obviamente no se contentan con menos que con la caída del dictador. Este Consejo de Sabios incluye a políticos del régimen, ‘analistas’ y capitalistas como Naguib Sawiris. En estos momentos la oposición legal y los Hermanos Musulmanes, después de negarse a negociar ‘mientras no dimita Mubarak’, ya están lo haciendo, demostrando que sólo ven en la revolución un medio para intentar encaramarse al poder respetando las estructuras políticas y económicas del sistema.

El papel central de la clase obrera y la lucha huelguista

  1. En Egipto, como en Túnez, la cuestión decisiva es la entrada en la acción de la clase obrera organizada y el papel de los Comités que se están formando en numerosas localidades. La extensión del movimiento huelguístico en Egipto es una señal inequívoca del carácter clasista de la revolución, y del papel central de la clase obrera en la actual rebelión. Millones de trabajadores egipcios han despertado a la lucha no sólo contra el dictador, sino por la mejora inmediata de sus condiciones salariales y de vida. Este es un factor decisivo. Correctamente, para la clase obrera egipcia tumbar al dictador va ligado a una transformación radical de sus miserables condiciones de existencia: el 40% de la población egipcia vive con menos de un euro al día, y los salarios de los trabajadores, para mayor beneficio de las multinacionales imperialistas y sus aliados nacionales, son de miseria. Ahora, con su acción, los trabajadores están poniendo en cuestión las bases de dominación burguesa. La huelga de los 6.000 trabajadores de mantenimiento del canal de Suez ha hecho saltar todas las alarmas. Los huelguistas del canal han prendido la mecha de una rebelión obrera que se extiende por todo el país, y en primer término al sector textil, que es la columna vertebral de la economía egipcia. La mayor empresa pública del textil, Misr, con 24.000 empleados y situada en Mala Kubra (delta del Nilo), inició el 10 de febrero una huelga indefinida, y la lucha se extiende también a la planta textil de Suez Trust. En Alejandría, decenas de miles de trabajadores de la enseñanza y de la sanidad se han declarado en huelga. Exactamente igual que los trabajadores de Telecom Egypt en el Ciaro y otras ciudades del país. El diario opositor Al Shoruk habla de que el “tsunami de Tahrir se contagia a los trabajadores. La ira llega a los sindicalistas”. Las huelgas se extienden a todos los sectores, como la Compañía del Carbón Egipcia, la Compañía Nacional de Cemento, la empresa pública del petróleo, los ferrocarriles, los autobuses públicos de El Cairo, o grandes comercios. “La clase trabajadora ha irrumpido en la arena con toda su fuerza. La suerte del régimen de Mubarak estará sellada muy pronto”, señala el conocido bloguero Osma al-Hamalawy.
  2. Por otra parte, el día 30 de enero se formó la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, que aúna a trabajadores de la industria y servicios públicos y a jubilados, y que en su declaración pública “invita a todos los trabajadores egipcios a crear comités civiles para defender sus lugares de trabajo, a los trabajadores y a los ciudadanos en estos momentos críticos y a organizar acciones de protesta y huelgas en los lugares de trabajo, con excepción de los lugares de trabajo en sectores vitales, para que se lleven a cabo las demandas del pueblo egipcio”.
  3. Es vital extender la lucha huelguista hasta hacerla confluir en una huelga general insurreccional contra la dictadura, y fortalecer los comités obreros que están surgiendo en numerosas localidades como órganos de poder de la revolución. Estos comités, junto con los sindicatos obreros independientes y clasistas deben tomar en sus manos la tarea de la autodefensa de la revolución (defensa de los locales sindicales y de los manifestantes, proselitismo entre las tropas, etc.).

Por un programa y una estrategia para el triunfo de la revolución

  1. La convocatoria de elecciones libres, tan ansiado por el movimiento, en manos de la reacción es un señuelo (en forma de promesa vaga) para vaciar de contenido revolucionario al movimiento. Los imperialistas y la burguesía árabe intentan centrar la atención en este punto y esconder el profundo contenido social de la revolución. Las palabras ‘libertades democráticas’ suenan igual, pero significan distinto, en boca de los burgueses y de los obreros. Para los primeros, sólo puede significar levantar un escenario aparentemente democrático, donde se discutan cuestiones menores mientras las decisiones fundamentales las sigan tomando ellos (la burguesía árabe y los imperialistas), a la vez que ponen todas las trabas necesarias para que esas libertades formales no puedan poner en cuestión quién tiene el poder real. Para los trabajadores, ‘libertades democráticas’ significa plenos derechos de organización, de expresión, de manifestación y mejoras materiales que les permitan avanzar en su lucha por una vida sin explotación. Sólo con un programa socialista será posible una democracia real, la democracia de los trabajadores y el resto de oprimidos.
  2. La situación actual en los países árabes reivindica plenamente la teoría de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky. La única posibilidad de realizar plenamente las aspiraciones democráticas de las masas, y mejorar radicalmente sus condiciones de vida, es tomando medidas decisivas contra el imperialismo y el capitalismo. Expropiando las multinacionales que han robado la propiedad estatal y saquean los recursos naturales de estos países; las empresas de las camarillas dirigentes, y militares; la banca, y otras grandes empresas capitalistas; incautando las extensiones de tierra de los grandes propietarios y llevando a cabo una auténtica reforma agraria en beneficio de las masas campesinas, la población tendría los medios para elevar los salarios, desarrollar las infraestructuras, establecer servicios sociales, sanidad y educación pública y se podría ofrecer una vida digna a toda la población. La más amplia y profunda democracia, por la que luchan las masas oprimidas, sólo puede realizarse de forma concreta acabando con el poder del imperialismo y de la burguesía árabe, que son las dos fuerzas que están detrás de todas estas crueles dictaduras. La clase obrera árabe, encabezando a todos los oprimidos de la sociedad, debe tomar el poder en sus manos, igual que hicieron los trabajadores y campesinos pobres en Rusia durante la revolución de octubre de 1917. Sólo así, estableciendo las bases para un Estado obrero y socialista, es posible garantizar un amplio desarrollo económico, social y cultural del pueblo árabe.
  3. Las revoluciones en Túnez y Egipto han puesto en evidencia, una vez más, que los oprimidos sólo podemos confiar en nuestra propia fuerza y organización y en los métodos de lucha de la clase obrera (huelgas y movilizaciones de masas, desarrollo de asambleas, comités elegibles y revocables…) para conseguir nuestros objetivos. El auténtico carácter de líderes como el Presidente libio Muammar el Gadafi y otros —que durante años han intentado presentarse como luchadores antiimperialistas y que en algunos países en revolución como Venezuela o Bolivia todavía son considerados como tales— ha quedado en evidencia. Gadafi apoyó a Ben Alí hasta que ya era un hecho que la acción revolucionaria de las masas y en particular de la clase obrera había obligado al dictador tunecino a huir del país. Gadafi también ha sido, curiosamente junto a líderes sionistas de Israel como Netanyahu y Simón Peres, los que con más ahínco defienden la continuidad de Mubarak en el poder y temen el movimiento revolucionario de las masas árabes. Esto contiene una importante lección para las masas. Como ya hemos dicho, ningún líder o gobierno burgués o pequeño-burgués que se mantenga dentro del capitalismo, podrá defender sincera y consecuentemente los intereses de los jóvenes, trabajadores y campesinos del mundo árabe. Por mucho que en un determinado momento algunos de estos líderes puedan llenarse la boca de retórica nacionalista o antiimperialista para labrarse una base social entre sectores de las masas, o incluso si en un determinado momento a causa de sus propios intereses tienen choques y desencuentros con el imperialismo, finalmente su carácter e intereses de clase entrarán en contradicción con los intereses y necesidades de las masas y harán todo lo posible por frenar y, si no pueden, reprimir la organización y movilización de la clase obrera y el resto de los explotados.
  4. La estructura del Estado burgués no sirve para los fines de una democracia obrera. Es necesario crear las condiciones para la sustitución de las podridas estructuras de la dictadura, que ahora pretenden restaurar con un barniz democrático, por la estructura que, de forma irregular, inconstante, imperfecta, está surgiendo en Túnez y Egipto: los comités de diferente tipo que agrupan a las masas organizadas, especialmente de la clase obrera. Mantener contra viento y marea esos comités, extenderlos, coordinarlos, y perfeccionarlos, organizando las tareas, no sólo de la lucha, sino también de todos los aspectos de la vida social, sentará las bases para sustituir el caduco Estado burgués por un Estado mil veces más participativo y democrático: un Estado de los comités, un Estado socialista, donde cada representante sea elegido y revocable por la asamblea que lo elige, donde ninguno cobre más que el salario medio de un obrero cualificado, donde las funciones de representación se empiecen a realizar de forma rotatoria, y donde el pueblo organizado y armado sustituya al ejército permanente. Esta democracia de los comités podrá garantizar la máxima libertad de expresión y organización, sin mayor límite, evidentemente, que las medidas necesarias para contrarrestar la resistencia violenta de la reacción.
  5. Mientras los activistas, y especialmente la clase obrera, lucha por extender y profundizar los comités, y se crean las condiciones para que ésta dirija al resto de la sociedad hacia la toma del poder, es necesario desenmascarar todas las maniobras pseudodemocráticas del imperialismo. Como los maquillajes baratos de los antiguos regímenes están siendo insuficientes para aplacar la revolución, es previsible, en determinado momento, que adopten la bandera, aparentemente rupturista, de la Asamblea Constituyente. La convocatoria, o la promesa de convocar una Asamblea Constituyente, es un engaño. Sin tocar las bases materiales del poder de la burguesía, cualquier tipo de asamblea se enredará en todo tipo de discusiones y maniobras parlamentaristas, que polemizarán sobre aspectos secundarios. Mientras, los oprimidos, los protagonistas de la insurrección, verán pasar el tiempo sin ninguna perspectiva concreta de solución de sus perentorios problemas: el paro, la carestía de la vida, la explotación, la reforma agraria, la depuración del Estado. De esta forma la clase dominante intentará cansar al sector más consciente y activo de las masas, aislarlo del resto y recuperar plenamente su control.
  6. Es imprescindible contraponer a esta consigna vacía, de la que ya se hacen eco algunos grupos de izquierda, la de un Parlamento Revolucionario basado en poder de los comités, con diputados elegidos por estos comités revolucionarios, cuyo objetivo sea llevar hasta el final la revolución, rompiendo con todos los elementos del viejo régimen, aplicando sin ningún tipo de concesión las profundas reivindicaciones democráticas, y las medidas socialistas de lucha contra el capital necesarias para llenarlas de contenido. Un llamamiento a desarrollar el poder de los comités, establecer este parlamento revolucionario y un gobierno obrero y socialista, electrizaría la participación de todos los oprimidos.
  7. Para la defensa de este programa se hace urgente y necesaria la construcción de un referente político genuinamente revolucionario y marxista, capaz de agrupar a los sectores más combativos y conscientes de la clase obrera y de la juventud árabe, y tras ellos al conjunto de las masas oprimidas. La existencia de un partido marxista con raíces en el movimiento es la única garantía para neutralizar eficazmente las inevitables maniobras de la burguesía y del imperialismo, consistentes en impulsar alianzas “de todos los demócratas” y promover a “amigos del pueblo” con el fin de anular la acción independiente de la clase obrera y descarrilar el proceso revolucionario. La tremenda energía de las masas revolucionarias es imprescindible para completar la revolución. Pero no es suficiente. Es necesario organizar a los sectores más avanzados del movimiento obrero, y otros sectores, aprender de cada lección de estos acontecimientos, de la rica experiencia de la lucha de clases a nivel internacional, formarse en el socialismo científico, el marxismo, y poner las bases para un partido revolucionario de masas que encauce toda esa energía hacia la victoria. Esta tarea es la que justifica la existencia de la Corriente Marxista Revolucionaria (Internacional).
  8. El destino de la revolución árabe está íntimamente ligado al futuro de la revolución en todo el mundo, y al revés. En la reunión de seguridad de Munich ya citada, Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, expresó lo siguiente: “Acontecimientos vertiginosos se están produciendo en Egipto, Túnez y otros países (…). El resultado de estas revueltas es incierto. Sus consecuencias a largo plazo, impredecibles. Pero una cosa queda clara: las placas tectónicas se están moviendo (…). En juego, en este tiempo, no está sólo la economía mundial: también el orden mundial.” Estas declaraciones van al meollo de la relación entre estos acontecimientos y las perspectivas para lucha de clases a escala mundial. La experiencia de la URSS y de tantos otros pueblos demuestra que el socialismo no se puede hacer sin la participación consciente de las masas, y tampoco sin su extensión a nivel mundial, en un determinado periodo de tiempo. Por otra parte, de igual forma que la revolución en América Latina, este grandioso acontecimiento impacta sobre la conciencia de millones de trabajadores. Después de mucho tiempo, las masas empiezan a ver la posibilidad de cambiar las cosas de una forma decisiva, a través de la fuerza colectiva e imprimiendo un carácter internacional a la lucha. Por eso, hoy más que nunca, la lucha de los oprimidos exige de un programa socialista e internacionalista en defensa de la creación de una Federación Socialista Árabe, para acabar con el atraso, la miseria, el sectarismo y el integrismo religioso. Los trabajadores de todo el mundo cumpliremos con nuestra tarea y brindaremos todo el apoyo a la magnífica revolución de las masas árabes enarbolando la consigna que hiciera famosa Rosa Luxemburgo ¡Socialismo o barbarie!